La parábola de los trajes
Hace tiempo atrás, cuando la Tierra estaba en buenas manos, había una serie de Trajes que los Creadores habían confeccionado para que las consciencias que así lo desearan pudiesen vestir y usar. Estos Trajes eran quizá algo holgados y no muy estilizados, pero eran de armoniosa factura y se ajustaban a la perfección de la consciencia que lo usara, y sobre todo, no tenían defectos ni anomalías.
Al vestir estos Trajes, las consciencias podían experimentar el plano físico de la Tierra, relacionarse con otros y armar comunidades; pero podían también hacer cosas avanzadas que sólo los Sabios dominaban, como ver realidades vedadas, que no eran físicas, y si lo deseaban podían hablar con los que allí ya no estaban, o incluso buscar consejo directo con las Potestades Creadoras. No había apuros ni urgencias, y las experiencias se sucedían una tras otra, sin que nadie intentara saltearse ninguna, y las enseñanzas se compartían de manera de enriquecerse por medio de la comunidad y avanzar en grupo; tampoco había temor a la muerte, pues tal cosa no existía: se trataba tan sólo de abandonar el Traje y no había ninguna oscuridad o dolor en ese trámite.
Pero ocurrió, como pasa algunas veces, que unos Visitantes descendieron (¿o ascendieron?) a la Tierra. Estos eran diferentes a los Creadores ya que actuaban sin pedir permiso y los Sabios de entre las comunidades humanas los miraron con precaución. Sin embargo, los Visitantes se mostraron afables y enviaron emisarios a cada una de las comunidades con regalos y promesas. No obtuvieron lo que querían al principio, pues los Sabios previnieron a las comunidades de que no aceptaran los regalos ni escucharan sus ofertas si estas eran impuestas; sin embargo, de entre los más jóvenes surgió cierta atención ya que los recién llegados ofrecían un regalo maravilloso.
Eva, Adam y el Arconte |
Los Sabios repetían una y otra vez su postura, pero sin embargo no imponían su consejo, dejando que cada cual decidiera lo que le parecía conveniente.
Ahora bien, a medida que los nuevos trajes se usaron más y más, ocurrió que la población se vio incrementada pues estos trajes traían un cierto ajetreo reproductivo. Pero a diferencia del orden antiguo, las madres o los padres no cuidaban y velaban por los pequeños, sino que salían a buscar nuevas aventuras y romances.
Y ocurrió así que la comunidad antigua fue disminuyendo progresivamente, y luego de una noche donde se vieron muchas luces hermosas en el cielo, los antiguos humanos habían desaparecido.
Por supuesto, esto no importó en lo más mínimo, ya que la nueva población sólo pensaba en sí misma; a decir verdad, cada uno pensaba más en sí mismo que en los demás, salvo en el momento en que se encendía la locura de un romance, donde se perdía cada uno en el otro... esto sin embargo duraba poco: como si de una obsesión carnal se tratara, pues cuando la mujer concebía, todo cesaba y cada uno volvía a buscar sosiego en otros brazos. En aquella oportunidad, nadie pensó que los nuevos trajes tuvieran algo que ver con esto.
Pero los nuevos trajes tenían aparejados otras dificultades que anteriormente no habían experimentado con los trajes antiguos: traer una criatura al mundo ahora era doloroso, difícil y hasta a veces mortal. Por si eso fuera poco, a veces enfermaban y sufrían de manera prolongada, y los achaques de la edad aparecían sembrados de dolor, miedo y sufrimiento.
Desde aquella noche cuando los antiguos humanos desaparecieron, el entorno mismo había cambiado. Sucedió que antes no habían conocido el hambre o la enfermedad; de hecho, los antiguos cuerpos no enfermaban ni requerían de cuantiosos alimentos: los árboles daban frutos exquisitos, y se decía que los Sabios sólo bebían agua y miraban directamente a la luz del Sol. Pero ahora todo había cambiado: los nuevos cuerpos requerían más sustancia y los más avezados veían con codicia a los rebaños salvajes de la pradera, sintiéndose dueños y queriendo probar su carne y su sangre.
Los Visitantes les dijeron que se organizaran mejor, no ya en comunidades, sino en estructuras rígidas y designaron autoridades de entre los humanos para que oficiaran como la elite gobernante, únicos que podían hablar con los Visitantes y que ahora se hacían llamar los Arcontes: aquellos que detentan el poder; les ordenaron entonces que criaran ganado pues el invierno sería crudo; pero para evitar esto, podían organizar rituales y sacrificios, para que ellos obraran milagros y atenuaran las consecuencias, aunque no siempre ocurría así.
Y fue así como los Nuevos Trajes se convirtieron en una prisión sin paredes ni barrotes. Ya no era posible dialogar con los que no estaban y la incertidumbre al mañana y el temor a la muerte no tardó en oscurecer sus corazones: voces extrañas poblaban ahora sus mentes en un diálogo incesante que invitaba al desasosiego.
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